Escritos e investigaciones de D. Manuel Mateos de Vicente menú prinicpal
SALUD
Los peligros varios del sol, según mi abuela
  EL MELANOMA, LA PIEL DE LAGARTO, LAS CATARATAS Y OTRAS LACRAS LAS EVITABA EL SOMBRERO DE MI ABUELA


Mi abuela materna, Obdulia, lo primero que hacía al ir yo al pueblo a pasarlo bien ayudando en las labores del campo (trillar, encalcar la paja, hacer pan, regar el huerto) era comprarme un sombrero de paja de ala amplia. Me decía que no podía ir al “rachisol” y exponer mi cabeza a varios males.

        Resulta que tenía razón, que estaría basada en la observación de los efectos del sol en la cara y en la cabeza, acumulada a lo largo de los siglos por las anteriores generaciones. La belleza facial de usar el sombrero y tener la cara siempre cubierta se reflejaba en el cutis tan lozano y perfecto de las hermanas “montarazas” del pueblo (montarazas es por ser familia del Montaraz que llevaba a su cargo las tierras del Conde).

        Veamos lo que quería mi abuela que protegiera.

        Para el sexo femenino está la conservación del aspecto juvenil de la piel. Recuerdo una chica muy guapa que volví a ver cuando teníamos ya unos 45 años de edad y me llamó la  atención lo vieja que parecía con una piel estropeada, ajada, arrugada. Me explicó mi hermana que al casarse dicha beldad, habían destinado a su marido al Africa y que allí iba ella todos los días a la playa a “turrarse”. Ahora las mujeres llevan la espalda al aire y los brazos al pleno “rachisol”. Cuando tengan 40 años y una piel avenjentada no podrán volver atrás y lo peor sería que desarrollen un melanoma por haber sido cultivado y fertilizado por el sol. En esto de tomar el sol hay que fijarse en cómo los habitantes del desierto cubren toda la piel que pueden.

        Desde hace pocos años nos hablan del peligro de que desarrollemos cáncer de la piel. Durante varios años tuve trabajando conmigo a un ingeniero que tenía una especie de gran verruga en la cabeza que le iba creciendo. Nunca le pregunté por ello, pues tenía un aspecto poco agradable, ni él me informó sobre su verruga. Pero resulta que murió de ello, de cáncer de la piel. O sea que exponer la piel de la cabeza al sol te puede ayudar a adelantar la obligación bíblica de morir. Nuestros rayos solares tienen  ahora poco filtro de ozono, según dicen algunos, o sea que son muy eficaces para producir cáncer de piel.

        Habrán observado que algunas personas que han nacido en pueblos tienen la piel de una forma especial que se denominaba “carita de pueblo”. Y es que antes esos niños pasaban prácticamente todo el día en la calle, sin sombrero. La acción continua del sol va matando células o glándulas sudoríparas lo que da lugar a una piel basta. Ya no se ven apenas esas caras, lo que supongo sea debido a que ahora los niños pasan la mayor parte del tiempo en casa viendo la televisión o amarrrados a Internet.

        La acción del sol contra la cabeza de un niño de pocos meses puede hacer aumentar la temperatura dentro del cerebro, o sea calentarlo, causando que la parte más exterior llegue a alcanzar una calor tal que se solidifique. O sea que ocurra algo parecido a cuando freímos o cocemos un huevo: que la albúmina se endurece. Estos niños quedaban afectados para toda la vida al perder parte de la capacidad del cerebro, o sea que quedaban algo tontitos.

        Mi amigo Rafael me recordó que un visitante en las Islas Canarias se fue a tomar el sol, nada más llegar de su patria nórdica, se puso sus gafas oscuras para tomar el sol, pero se quedó dormido durante varias horas: al despertar se había quedado ciego, pues el sol penetra a través de las gafas y de los párpados (Y la moda de mirar al sol, por algunos jóvenes, les puede destrozar la vista en poco tiempo).

        Hace unos 30 años se dio cuenta aquella doctora francesa que se empeñó en erradicar la viruela, de que en una parte de Indochina empezaban algunos nativos a tener cataratas a los 30 años, mientras que en otra parte empezaban después de los 60. Quiso saber el por qué y lo halló enseguida: donde aparecían pronto las cataratas no usaban sombrero, y donde aparecían en la vejez sí que portaban sombrero. O sea que el sombrero, como las gafas muy oscuras, viseras o ciertos turbantes, retrasan la posible aparición de cataratas en los ojos.

        Aquella práctica que me “metió mi abuela en la cabeza” la sigo practicando. Cuando paseo o voy a la montaña como uno más de esos grupos maniáticos de hacer ejercicio, yo soy el único que lleva sombrero. Cuando fui a Irac (no me gusta escribir Iraq ni Irak, pues a mi no me atrae “chupar” ortografía de los ingleses) a trabajar en el desierto (casi todo Irac es desierto) lo primero que hice fue comprarme un quefiya y enrollarlo en la cabeza. Cuando hice la expedición a caballo en Mongolia llevé un absurdo gorrito de tipo pelota base, que sería bueno para la cabeza y la cara pero que dejaba las orejas sin proteger y en ellas me salieron ampollas por quemaduras del sol. En Kazajastán al día siguiente de llegar ya iba con el gorro blanco de fieltro, típico, en la cabeza.

        Ante tantas ventajas se me ha ocurrido escribirlo, para darlo a conocer, arrogándome lo que debería ser muy ampliamente divulgado por tanto Ministerio de Sanidad, Salud pública, Seguridad Social o Instituto Nacional de Previsión que hemos tenido en España. De todas las maneras cotejen lo que escribo preguntándoselo a su médico, pues es posible que mi abuela tuviera razón.

POSDATA:
 
Lo del sol y la vitamina D, se exagera pues con tomar el sol muy poco tiempo (10 o 20 minutos) ya fabrica la epidermis la necesaria, excepto si somos de raza negra. Pero, ¡cuidado¡ si somos tan viejos (o enfermos en cama) que ya ni salimos a la calle. Se puede tomar vitamina D bebiendo leche, con ella añadida, si no se sale de casa o si estamos enfermos, pues puede incidir en enfermedades como cáncer y osteoporosis (huesos frágiles en lengua vernácula), entre otras. No se pueden tomar grandes cantidades pues entonces es tóxica. Lo mismo que con la vitamina A, que los de la primera expedición al Polo Sur, en 1912, murieron por exceso de vitamina A al comer el hígado de los perros que habían sacrificado –el hígado contiene cantidades relativamente grandes de vitamina A.