Presentamos
unas impresiones de un ingeniero sobre un tema actual
y sobre el cual se reciben, a veces, opiniones dispares.
Este artículo fue publicado en El Diario
de Ávila y reproducido en La Voz
del Colegiado.
Estuve trabajando en el desarrollo de una zona rural
de 1000 quilómetros cuadrados, al Norte de
Bagdad, tomando el agua del gran río Tigris
(allí lo llaman Najar Dishla). La primera
vez mi trabajo fue mayormente de tipo “antropología
social”, lo que me hizo conocer la forma de
vivir, creencias, tabúes, etc, de aquellos
pueblos.
Cuando vas a trabajar a un país con una dictadura
ya sabes a donde vas (Primero estuve con la algo
comunista y después con la de Sadam Juseín).
Ambas dictaduras eran enemigos de los Estados Unidos,
que no tenían ni embajada.∫
Las dos veces que estuve en Irac mi trabajo discurrió
principalmente fuera de las ciudades. La primera
vez estuve visitando aldeas y pequeños poblamientos
para enterarme de los aspectos culturales de la
sociedad rural, donde se iba a cambiar su modo de
vida una vez se pusiera en funcionamiento el regadío
de 1000 km cuadrados.
Voy a mencionar algunos detalles de la segunda vez
que estuve, ya con Sadam Juseín al mando
de la seguridad de la nación.
A los 15 días de llegar nos meten en la cárcel
al contable (de los dos iraquíes que trabajaban
en Bagdad). La razón era que teníamos
que haber recibido una carta y que la había
de haber firmado el contable, pero la firma no era
de él. Tuvimos que acudir a todas las amistades,
incluidos generales y ministros, y aún así
tardó 15 días en salir. Nos dijo que
para él, un simple contable, había
sido una experiencia muy buena pues compartió
celda con el ex-director de uno de los periódicos
(y nosotros muy preocupados).
Un mes después meten en la cárcel
a otro de los dos administrativos, que trabajaba
fuera de Bagdad, en Querbala, o Querbela que de
ambas formas lo he oído allá. Lo soltaron
a los tres días con palizas incluidas. Por
ello tuvo que guardar cama durante unos días.
La razón que le dieron es que lo habían
confundido con un hermano suyo que decían
era “naserista” (partidario de la política
árabe, de concentración, de Naser,
el de Egipto). Después mataron a un hermano
suyo, muy buen ingeniero hidráulico, que
había hecho su carrera en EEUU.
Contaremos uno de los días de las “sacas”.
Al ver a la gente por la mañana, notas que
algo ocurre. Un día habían arrestado
a 50 personas, 50. Dijeron que estaban preparando
un complot para derrocar al gobierno legítimo
del pueblo de la república democrática
de Irac (o sea la dictadura). Nos dicen que los
van a juzgar a las 11 de la mañana. A las
11 y media dan la gran noticia de que se han declarado
todos culpables. Los militares serán fusilados
en los cuarteles y los civiles serán ahorcados
en la plaza de la Revolución (llamada por
el vulgo plaza de los ahorcados). Sus bienes serán
confiscados por el gobierno, como lo manda la ley,
o sea los que gobiernan.
Para trabajar en el campo tenía un coche
que pertenecía a la Compañía:
era un jeep pequeño, con cabina para tres
personas, y detrás una caja para llevar herramientas.
Un día regresando tarde del campo (estaba
analizando las permeabilidades del gran canal del
Isjaqui) me perdí y llegué a un barrio
de Bagdad que no conocía, o tal vez a otro
pueblo. Paré y me bajé del coche para
preguntar que me indicaran por donde se iba al centro,
y que vivía en el barrio de Uasiría.
Se adelantan dos tíos grandes, jóvenes
y me dicen que ellos me lo indicarán y se
suben al coche. En la rápida decisión
sobre qué hacer, monto en el coche y me indican
la dirección a tomar. Cruzamos por algunos
descampados y al pasar por un gran edificio me informan
de que es un cuartel de soldados y entre otras cosas
que me dicen sacan cada uno una pistola y me las
muestran, lo que me pareció de muy mal augurio.
Decidí que tenía que hacer algo y
la fortuna me ayudó. Menos mal que me hicieron
pasar por el centro de Bagdad y al llegar a la calle
de Jarrún Al-Rasid me dijeron que tendría
que torcer a la izquierda, pero Uasiría estaba
a la derecha, lo que ya me preocupó sobremanera.
Se me ocurrió decir con alegría “que
estaba contento, pues aquí mismo vive un
gran amigo que voy a aprovechar para verlo”
(cuando les hablé ya había yo bajado
del coche con la llave del contacto); les pedí
perdón por tener que parar y les di las gracias
(o sea mucho “fimanilá”,
“ma-as-salama” y “sucran”)
por haber sido tan amables. Me las arreglé
sin interprete y solamente sabían árabe.
Para mi trabajo en el campo me ofrecieron utilizar
una casa del gobierno en uno de los pueblos de la
zona para no tener que regresar todos los días
a Bagdad. Cuando terminamos los ensayos de las permeabilidades
del gran Canal del Isjaqui, me dijo el ingeniero
que me ayudaba que habíamos sido afortunados,
pues la zona, desértica, donde habíamos
trabajado era insegura y nos podían haber
matado. Hay que tener en cuenta que, con Sadam Juseín,
el matar era una práctica constante, diaria,
y a veces por decenas. ¡Ya me lo podía
haber dicho al principio!
Esta segunda vez exigí a la compañía
que me había contratado que iría si
pagaban el viaje a mi esposa para estar allá
mis últimos 15 días. Como vivíamos
en una casa donde hacía un calor infernal,
decidí que fuéramos a vivir al hotel
Alambra, acondicionado, (también vino conmigo
a vivir un par de días a la zona del Isjaqui,
así como otro par de días al campamento
de la presa de tierra de Rasasa, donde hice ensayos
para la estabilidad del talud exterior). Uno de
los días que iba a trabajar al campo era
viernes (igual a nuestro domingo) y le dije a mi
mujer, que estaba en Bagdad, que podía ir
a ver el Museo Nacional, tomando un taxi. Salió
a tomar un taxi y hacia el medio de la calzada se
le habían arrojado varios hombres que la
molestaron, la tocaron, la despeinaron y se zafó
de ellos como pudo, entrando en el hotel llorando.
Una vez explicado lo ocurrido le dijeron que nunca
debía de tomar un taxi sola, que se lo debía
de pedir al hotel que ellos tienen sus taxistas
fiables. Ya sabemos la forma de tratar los hombres
del Islam a las mujeres, pues parece que éstas
solamente existen; fuimos testigos del trato que
las dan por varias españolas casadas allá,
pero esto podría ser otra larga historia.
Siempre me he preguntado que por qué las
Embajadas no nos informan de estas peculiaridades
peligrosas.
Estando en Rasasa fuimos un día a la ciudad
de Querbala, que estaba cerca. Como es una ciudad
sagrada le busqué a mi mujer una abaya
(mantón negro cubretodo, que llaman algunos
burka, burca, que no lo llaman
así ni en Afganistán donde es chaduri
o chadri) y fuimos a la ciudad de compras;
no hubo ningún problema. Pero las esposas
de los de la Embajada habían ido a esa ciudad
vestidas a lo occidental y las habían insultado
y más cosas: escupido (¡vaya un cuerpo
diplomático que no sabían las costumbres
de los lugares donde están!).
No refiero que algunas de las personas que conocí
o estuve en su casa, buenos ingenieros, fueron aprehendidos,
torturados y adiós (eliminados), pues de
esto ya sabemos algo por la prensa y los libros
e iremos sabiendo más sobre los procedimientos
de Sadam Juseín.
Sobre los periodistas españoles muertos en
la guerra actual, hecho la culpa a la universidad
por no dar énfasis a aspectos prácticos
de la profesión, sea ésta la que sea.
También me llama la atención lo que
importa una muerte en Irac cuando en España
mueren ahora cerca de 24 personas cada día
por accidentes de la circulación, cifra que
se puede reducir mucho, sin apenas coste alguno,
lo que debería de importar más, y
si empleas tu tiempo y medios para evitarlo lo que
ganas con ello es que te castiguen al ostracismo
por parte de la Administración, aunque tus
sugerencias te las copien, acepten, plagien o como
se diga.
Algunas respuestas a cuestiones.
¿Hay armas de destrucción masiva?
Claro, las lleva empleando contra su pueblo y contra
Irán desde hace más de 15 años
(Recordemos que en Jalab-ya las emplearon y murieron
unos 5.000 civiles.
¿Ha cooperado España proporcionando
componentes químicos para lo anterior?
Pregunten, pues yo no tengo datos escritos, solamente
verbales.
¿Dónde están tales armas?
Que me las den y las guardo en cualquier lugar del
desierto de Irac que es tan grande como la mitad
de España y no me las hallaría nadie.
Recordad que en el año 2004 aparecieron,
sin buscarlos, unos cuantos aviones rusos (creo
que 27), cazas MIG, enterrados en el desierto y
las armas de destrucción masiva se pueden
meter en un pequeño bidón.
¿Cómo puede ocurrir esto?
El procedimiento para que nadie se entere lo refiere
Homero en uno de sus libros (según me han
dicho): Un rey quería enterrar su tesoro
para la cual mandó a un grupo a que lo enterrara;
después mandó matar, sin explicar
por qué, a los que vigilaban a los que enterraban
el oro. De esta manera desapareció todo rastro
de lo que sabían el lugar donde se escondiera
el oro. Un español que trabajó la
decoración de uno de los búnkeres,
y a quien se le hizo una entrevista en “Interview”
sobre otro tema, me refirió que Sadan Juseín
lo invitó alguna vez a que viera cómo
mataban a prisioneros de la guerra contra Irán;
la forma en cómo lo hacían me hace
pensar que para esconder los aviones esos, y todo
lo que quisiera, era capaz de llevarlo a cabo como
el rey que cita Homero.