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EL
MELANOMA, LA PIEL DE LAGARTO, LAS CATARATAS
Y OTRAS LACRAS LAS EVITABA EL SOMBRERO DE MI
ABUELA |
Mi
abuela materna, Obdulia, lo primero que hacía
al ir yo al pueblo a pasarlo bien ayudando en las
labores del campo (trillar, encalcar la paja, hacer
pan, regar el huerto) era comprarme un sombrero
de paja de ala amplia. Me decía que no podía
ir al “rachisol” y exponer mi cabeza
a varios males.
  Resulta
que tenía razón, que estaría
basada en la observación de los efectos del
sol en la cara y en la cabeza, acumulada a lo largo
de los siglos por las anteriores generaciones. La
belleza facial de usar el sombrero y tener la cara
siempre cubierta se reflejaba en el cutis tan lozano
y perfecto de las hermanas “montarazas”
del pueblo (montarazas es por ser familia del Montaraz
que llevaba a su cargo las tierras del Conde).
  Veamos
lo que quería mi abuela que protegiera.
  Para el
sexo femenino está la conservación
del aspecto juvenil de la piel. Recuerdo una chica
muy guapa que volví a ver cuando teníamos
ya unos 45 años de edad y me llamó
la atención lo vieja que parecía
con una piel estropeada, ajada, arrugada. Me explicó
mi hermana que al casarse dicha beldad, habían
destinado a su marido al Africa y que allí
iba ella todos los días a la playa a “turrarse”.
Ahora las mujeres llevan la espalda al aire y los
brazos al pleno “rachisol”. Cuando tengan
40 años y una piel avenjentada no podrán
volver atrás y lo peor sería que desarrollen
un melanoma por haber sido cultivado y fertilizado
por el sol. En esto de tomar el sol hay que fijarse
en cómo los habitantes del desierto cubren
toda la piel que pueden.
  Desde
hace pocos años nos hablan del peligro de
que desarrollemos cáncer de la piel. Durante
varios años tuve trabajando conmigo a un
ingeniero que tenía una especie de gran verruga
en la cabeza que le iba creciendo. Nunca le pregunté
por ello, pues tenía un aspecto poco agradable,
ni él me informó sobre su verruga.
Pero resulta que murió de ello, de cáncer
de la piel. O sea que exponer la piel de la cabeza
al sol te puede ayudar a adelantar la obligación
bíblica de morir. Nuestros rayos solares
tienen ahora poco filtro de ozono, según
dicen algunos, o sea que son muy eficaces para producir
cáncer de piel.
  Habrán
observado que algunas personas que han nacido en
pueblos tienen la piel de una forma especial que
se denominaba “carita de pueblo”. Y
es que antes esos niños pasaban prácticamente
todo el día en la calle, sin sombrero. La
acción continua del sol va matando células
o glándulas sudoríparas lo que da
lugar a una piel basta. Ya no se ven apenas esas
caras, lo que supongo sea debido a que ahora los
niños pasan la mayor parte del tiempo en
casa viendo la televisión o amarrrados a
Internet.
  La acción
del sol contra la cabeza de un niño de pocos
meses puede hacer aumentar la temperatura dentro
del cerebro, o sea calentarlo, causando que la parte
más exterior llegue a alcanzar una calor
tal que se solidifique. O sea que ocurra algo parecido
a cuando freímos o cocemos un huevo: que
la albúmina se endurece. Estos niños
quedaban afectados para toda la vida al perder parte
de la capacidad del cerebro, o sea que quedaban
algo tontitos.
  Mi amigo
Rafael me recordó que un visitante en las
Islas Canarias se fue a tomar el sol, nada más
llegar de su patria nórdica, se puso sus
gafas oscuras para tomar el sol, pero se quedó
dormido durante varias horas: al despertar se había
quedado ciego, pues el sol penetra a través
de las gafas y de los párpados (Y la moda
de mirar al sol, por algunos jóvenes, les
puede destrozar la vista en poco tiempo).
  Hace unos
30 años se dio cuenta aquella doctora francesa
que se empeñó en erradicar la viruela,
de que en una parte de Indochina empezaban algunos
nativos a tener cataratas a los 30 años,
mientras que en otra parte empezaban después
de los 60. Quiso saber el por qué y lo halló
enseguida: donde aparecían pronto las cataratas
no usaban sombrero, y donde aparecían en
la vejez sí que portaban sombrero. O sea
que el sombrero, como las gafas muy oscuras, viseras
o ciertos turbantes, retrasan la posible aparición
de cataratas en los ojos.
  Aquella
práctica que me “metió mi abuela
en la cabeza” la sigo practicando. Cuando
paseo o voy a la montaña como uno más
de esos grupos maniáticos de hacer ejercicio,
yo soy el único que lleva sombrero. Cuando
fui a Irac (no me gusta escribir Iraq ni Irak, pues
a mi no me atrae “chupar” ortografía
de los ingleses) a trabajar en el desierto (casi
todo Irac es desierto) lo primero que hice fue comprarme
un quefiya y enrollarlo en la cabeza. Cuando hice
la expedición a caballo en Mongolia llevé
un absurdo gorrito de tipo pelota base, que sería
bueno para la cabeza y la cara pero que dejaba las
orejas sin proteger y en ellas me salieron ampollas
por quemaduras del sol. En Kazajastán al
día siguiente de llegar ya iba con el gorro
blanco de fieltro, típico, en la cabeza.
  Ante tantas
ventajas se me ha ocurrido escribirlo, para darlo
a conocer, arrogándome lo que debería
ser muy ampliamente divulgado por tanto Ministerio
de Sanidad, Salud pública, Seguridad Social
o Instituto Nacional de Previsión que hemos
tenido en España. De todas las maneras cotejen
lo que escribo preguntándoselo a su médico,
pues es posible que mi abuela tuviera razón.
POSDATA:
Lo del sol y la vitamina D, se exagera pues
con tomar el sol muy poco tiempo (10 o 20
minutos) ya fabrica la epidermis la necesaria,
excepto si somos de raza negra. Pero, ¡cuidado¡
si somos tan viejos (o enfermos en cama) que
ya ni salimos a la calle. Se puede tomar vitamina
D bebiendo leche, con ella añadida,
si no se sale de casa o si estamos enfermos,
pues puede incidir en enfermedades como cáncer
y osteoporosis (huesos frágiles en
lengua vernácula), entre otras. No
se pueden tomar grandes cantidades pues entonces
es tóxica. Lo mismo que con la vitamina
A, que los de la primera expedición
al Polo Sur, en 1912, murieron por exceso
de vitamina A al comer el hígado de
los perros que habían sacrificado –el
hígado contiene cantidades relativamente
grandes de vitamina A. |
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