Si hay algo que me ha causado innumerables molestias
inútiles han sido los zapatos que me han
(o he) comprado en España.
Cuando llegue a Estados Unidos a gozar de aquella
beca, llevaba mis zapatos españoles, que
después de unos meses se rompieron y tuve
que comprar otros: en la zapatería me midieron
el pie de varias maneras y decidieron qué
número necesitaba para la longitud del pie
y qué letras para la anchura y me sacaron
unos modelos que “me sentaban” perfectamente.
Compré un par y al mes me di cuenta de que
habían desaparecido las callosidades que
siempre había tenido. En Estados Unidos tienen
11 anchos (AAAA, AAA, AA, A, B, C, D, E, EE, EEE,
EEEE) y mi ancho es el “E”. Esperemos
que en España se empiece a copiar ese sistema
para bien del sufrido andador.
Volviendo atrás de aquel tiempo recuerdo
una frase que me dijo mi compañero Enrique,
abulense él también, sobre unos zapatos
que había comprado. Eran muy bonitos, de
longitud perfecta para mi pie, pero más bien
estrechos que esperaba dieran de sí. Mientras
tanto los sufría. Enrique me dijo que parecía
“maricón” pues llevaba unos zapatos
que “me iban jodiendo” todo el día.
Al final y ante la imposibilidad de “domarlos”
los tuve que tirar.
Actualmente tengo solucionado el problema que me
causaba mi gran empeine, pues los zapatos en España
se hacen para pies aristocráticos con empeine
discreto: Alberto, mi amigo del Cubo es zapatero
y me hizo hace unos años unos zapatos que
los pude poner durante varias horas desde el primer
día. Desde entonces sean bonitos o feos,
sigan o no la moda, todos los zapatos son
“Made in Alberto” para satisfacción
mía pues me gusta mucho caminar desde antes
que lo recomendaran, como bueno para el corazón,
los galenos, periodistas y hasta nuestra tía
la del pueblo.
Quisiera también mencionar otra experiencia,
relacionada con los pies: la sudoración que
suele ir acompañada de olores de gran intensidad
y poco apreciados por los amigos. Ahora ya hay productos
que matan o destruyen las glándulas sudoríparas
de cualquier parte del cuerpo, lo que será
bueno o malo dependiendo del grado de destrucción.
Cuando en la época de la última dictadura
tuvo que jugar la selección española
un partido de fútbol, o sea balonpié,
en París, el gobierno de Franco dió
la orden a todas las Comisarías de facilitar
pasaportes sin apenas requisitos a quienes quisieran
acudir a presenciar el partido de fútbol.
De Ávila acudimos dos jóvenes, Juanito
el de “La Confianza” y yo.
Ni qué decir tiene que solamente estábamos
interesados en ver París y que no acudimos
a ver el partido de fútbol. Como queríamos
ver todo andábamos mucho y a mi me empezaron
a sangrar los pies, combinación de la marcha
y del sudor; unos parientes que residían
en Francia me dijeron que pusiera unos calcetines
de lana …¡en pleno verano! Y que los
podía comprar en las tiendas del “surplus”
americano. Las razones me convencieron, los
compré y me dieron un resultado satisfactorio.
La lana es todavía un tejido que no lo ha
podido mejorar ningún fabricante de hilaturas
de plástico. En ocasiones, cuando tengo mucho
que andar suelo calzar calcetines de lana, como
cuando hice la ruta de Santiago a pie, varios años
después de haberla hecho a caballo (pero
esto ya es otra historia).
Recientemente mi esposa creyó que podía
solucionar el problema de los zapatos comprando
unos flexibles, como zapatillas, que se podían
llevar día y noche. Los compró y los
llevé en un viaje de trabajo a Holanda. Mas
he aquí que nada más llegar a Amsterdam
piso mal en el borde de un bordillo y me caigo al
suelo tontamente, sin grandes complicaciones, debido
a que los zapatos flexibles no sujetaban el talón.
El resultado fue que se me debió de romper
alguna arteria interna y empecé a andar con
dificultad y a ponérseme la pierna de color
morado: al cabo de dos días la pierna entera
(muslo y canilla) era de color morado (lástima
que no tomara una foto de ello para convencer al
lector de lo fantásticos que son esos zapatos
flexibles y sin talón reforzado). Total,
que los tiré y sigo con los de Alberto.
Ya que con lo de los pies estamos metidos hasta
el corvejón, mencionaré otra desagradable
experiencia que no tuvo por qué ocurrir.
Me salió en la planta del pie derecho un
papiloma y, como es natural, fui a un callista (creo
que ahora quieren llamarse podólogos o podiatras).
Este callista me quitaba algo de corteza y me decía
que regresara a la semana siguiente. Después
de unas cuantas semanas me dijo que estaba harto
y que me lo iba a curar en un santiamén:
me dio un frasquito con ácido salicílico
y me dijo que lo aplicara, con un mondadientes,
en el punto negro del papiloma. Al cabo de una semana
había desaparecido el dichoso papiloma e
interrumpí los paseos para ir a ver al callista.
Un día se me ocurrió preguntar a la
hermana de Cuco, que es farmacéutica, sobre
lo anterior y me dijo que en la carrera de Farmacia
estudian el efecto del ácido salicílico
en la eliminación de callosidades como el
papiloma.
Alberto, el del Cubo, me dijo cómo evitar
la formación de uñeros (la uña
del dedo gordo del pie se incrusta en la carne y
causa molestias y hasta infecciones). Sencillamente
al cortar la uña hacerlo de tal manera que
se corte al bies para que apunte hacia arriba; es
difícil de hacerlo uno solo, por lo que se
puede necesitar ayuda de otra persona que maneje
las tijeras (nosotros ya ponemos el pie).