Escritos e investigaciones de D. Manuel Mateos de Vicente menú prinicpal
SALUD
Los zapatos y el masoquismo español


 
Si hay algo que me ha causado innumerables molestias inútiles han sido los zapatos que me han (o he) comprado en España.


Cuando llegue a Estados Unidos a gozar de aquella beca, llevaba mis zapatos españoles, que después de unos meses se rompieron y tuve que comprar otros: en la zapatería me midieron el pie de varias maneras y decidieron qué número necesitaba para la longitud del pie y qué letras para la anchura y me sacaron unos modelos que “me sentaban” perfectamente.  Compré un par y al mes me di cuenta de que habían desaparecido las callosidades que siempre había tenido. En Estados Unidos tienen 11 anchos (AAAA, AAA, AA, A, B, C, D, E, EE, EEE, EEEE) y mi ancho es el “E”. Esperemos que en España se empiece a copiar ese sistema para bien del sufrido andador.
 
          Volviendo atrás de aquel tiempo recuerdo una frase que me dijo mi compañero Enrique, abulense él también, sobre unos zapatos que había comprado. Eran muy bonitos, de longitud perfecta para mi pie, pero más bien estrechos que esperaba dieran de sí. Mientras tanto los sufría. Enrique me dijo que parecía “maricón” pues llevaba unos zapatos que “me iban jodiendo” todo el día. Al final y ante la imposibilidad de “domarlos” los tuve que tirar.
         
          Actualmente tengo solucionado el problema que me causaba mi gran empeine, pues los zapatos en España se hacen para pies aristocráticos con empeine discreto: Alberto, mi amigo del Cubo es zapatero y me hizo hace unos años unos zapatos que los pude poner durante varias horas desde el primer día. Desde entonces sean bonitos o feos, sigan o no la moda,  todos los zapatos son “Made in Alberto” para satisfacción mía pues me gusta mucho caminar desde antes que lo recomendaran, como bueno para el corazón, los galenos, periodistas y hasta nuestra tía la del pueblo.
 
           Quisiera también mencionar otra experiencia, relacionada con los pies: la sudoración que suele ir acompañada de olores de gran intensidad y poco apreciados por los amigos. Ahora ya hay productos que matan o destruyen las glándulas sudoríparas de cualquier parte del cuerpo, lo que será bueno o malo dependiendo del grado de destrucción. Cuando en la época de la última dictadura tuvo que jugar la selección española un partido de fútbol, o sea balonpié, en París, el gobierno de Franco dió la orden a todas las Comisarías de facilitar pasaportes sin apenas requisitos a quienes quisieran acudir a presenciar el partido de fútbol. De Ávila acudimos dos jóvenes, Juanito el de “La Confianza” y yo. Ni qué decir tiene que solamente estábamos interesados en ver París y que no acudimos a ver el partido de fútbol. Como queríamos ver todo andábamos mucho y a mi me empezaron a sangrar los pies, combinación de la marcha y del sudor; unos parientes que residían en Francia me dijeron que pusiera unos calcetines de lana …¡en pleno verano! Y que los podía comprar en las tiendas del “surplus” americano. Las razones me convencieron, los compré y me dieron un resultado satisfactorio. La lana es todavía un tejido que no lo ha podido mejorar ningún fabricante de hilaturas de plástico. En ocasiones, cuando tengo mucho que andar suelo calzar calcetines de lana, como cuando hice la ruta de Santiago a pie, varios años después de haberla hecho a caballo (pero esto ya es otra historia).
 
          Recientemente mi esposa creyó que podía solucionar el problema de los zapatos comprando unos flexibles, como zapatillas, que se podían llevar día y noche. Los compró y los llevé en un viaje de trabajo a Holanda. Mas he aquí que nada más llegar a Amsterdam piso mal en el borde de un bordillo y me caigo al suelo tontamente, sin grandes complicaciones, debido a que los zapatos flexibles no sujetaban el talón. El resultado fue que se me debió de romper alguna arteria interna y empecé a andar con dificultad y a ponérseme la pierna de color morado: al cabo de dos días la pierna entera (muslo y canilla) era de color morado (lástima que no tomara una foto de ello para convencer al lector de lo fantásticos que son esos zapatos flexibles y sin talón reforzado). Total, que los tiré y sigo con los de Alberto.
 
          Ya que con lo de los pies estamos metidos hasta el corvejón, mencionaré otra desagradable experiencia que no tuvo por qué ocurrir. Me salió en la planta del pie derecho un papiloma y, como es natural, fui a un callista (creo que ahora quieren llamarse podólogos o podiatras). Este callista me quitaba algo de corteza y me decía que regresara a la semana siguiente. Después de unas cuantas semanas me dijo que estaba harto y que me lo iba a curar en un santiamén: me dio un frasquito con ácido salicílico y me dijo que lo aplicara, con un mondadientes, en el punto negro del papiloma. Al cabo de una semana había desaparecido el dichoso papiloma e interrumpí los paseos para ir a ver al callista. Un día se me ocurrió preguntar a la hermana de Cuco, que es farmacéutica, sobre lo anterior y me dijo que en la carrera de Farmacia estudian el efecto del ácido salicílico en la eliminación de callosidades como el papiloma.
 
          Alberto, el del Cubo, me dijo cómo evitar la formación de uñeros (la uña del dedo gordo del pie se incrusta en la carne y causa molestias y hasta infecciones). Sencillamente al cortar la uña hacerlo de tal manera que se corte al bies para que apunte hacia arriba; es difícil de hacerlo uno solo, por lo que se puede necesitar ayuda de otra persona que maneje las tijeras (nosotros ya ponemos el pie).